Eran las 7 y normalmente no había nadie levantado a esas horas, pero
aquel día no era así, escuchó murmullos que venían de la cocina y se acercó a
ver quién se le podía haber adelantado.
Papá y mamá estaban en la cocina, agachados alrededor de la mesa, y
parecía que contemplaban algo.
·
¿Qué pasa mamá?
– preguntó Carlos inocentemente.
·
Nada cariño,
vuelve a la cama – intentó disuadirle su madre.
·
¿Qué estáis
mirando? – insistió el pequeño ya con tono de preocupación al observar que su
perro estaba allí tapadito con una manta.
·
Se trata de
Trosky hijo, hace un rato le hemos oído quejarse y nos hemos levantado para ver
que le pasaba.
·
¡Seguro que
quiere ir a la calle a hacer pis o algo parecido! – dijo Carlos convencido de
que su amigo intentaba adelantar la hora del paseo matutino.
·
Papá lo ha
intentado – dijo su madre pesarosa – pero no ha querido salir.
·
¿Entonces… qué
le pasa mamá? – continuó Carlos con lágrimas en los ojos.
·
No lo sabemos
cariño, parece estar enfermo, papá le va a llevar al veterinario – respondió
tranquilamente intentado no asustar a Carlos.
·
¡Quiero ir con
ellos! – insistió el niño.
·
Es mejor que no
vayas – intervino por fin su padre, que parecía estar muy afectado por la
situación – yo iré en un momentito para que le den alguna medicina.
·
No puedo dejarle
solo, soy su mejor amigo y quiero estar con él.
·
Deberías hacer
caso a papá, nosotros nos iremos a comprar la cometa, y cuando volvamos ya
estarán aquí los dos y el susto habrá pasado.
Carlos insistió, pero sus padres lograron convencerle de que papá debía
ir solo al veterinario.

El pequeño le dio un beso y le despidió diciendo:
·
¡Hasta luego
viejo amigo!, tomate todo lo que te digan que mañana tenemos que ir al parque
juntos y volar mi cometa.
Trosky era un cocker dorado precioso, con sus largas orejas y su cara de
bonachón, llevaba en la familia 13 años y había sido la alegría de todos,
además del mejor amigo y compañero desde que nació Carlos hacía 6 años.
Papá se marchó a las 7:30 y se escuchó el ruido de las llaves en la
puerta cuando aún no eran las 9; había tardado muy poco.
Carlos salió corriendo hacia la puerta, y cuando vio que su padre no
traía a Trosky, se quedó parado en seco y preguntó:
·
¿Se ha quedado
en el hospital de los perros papá?
· No cariño –
contestó su padre no pudiendo reprimir las lágrimas – el corazón de Trosky dejó
de latir al llegar al veterinario.
·
¿Se ha muerto? –
preguntó de nuevo el niño con cara de sorpresa y dolor a la vez.
·
Lo siento
cariño, pero era su hora de marcharse, ya era muy viejo.
·
¡Eso no es
verdad! – protestó Carlos enfadado y con los ajos anegados en lágrimas – solo
tenía 6 años como yo.
·
No cariño –
intentó consolarle su madre – Trosky llevaba ya muchos años con nosotros cuando
tu naciste.
·
¡Me da igual ¡ -
balbuceó el pequeño sin alcanzar a comprender.
Carlos dio media vuelta y se marchó corriendo y llorando a su
habitación; cogió una foto de su amigo y se tumbó en la cama.
·
¿Cómo has podido
marcharte así Trosky? Eres mi mejor amigo y te quiero mucho – decía el niño
como si la foto fuera el fiel reflejo de su viejo compañero al que había tenido
a su lado hasta la noche anterior.
Su madre pensó que era mejor dejarle un rato solo,
y al cabo de media hora se acercó a verle con un vaso de leche con cacao en la
mano y le dijo:
·
¡Hola cariño!,
¿cómo estás?
·
¡Me siento muy
mal mamá! Es como si me doliera aquí, en el pecho, y no puedo dejar de llorar,
no sé dónde está Trosky y le echo de menos.
·
Lo comprendo
hijo, a mí también me duele como a ti, y te diré que eso es el corazón; querías
tanto a tu perro que ahora que no está es como si te hubieran arrancado un
pedacito, pero no debes preocuparte, lo que nos ocurre es normal, se llama
cariño.
·
¿Y a dónde se ha
marchado mamá?, si no está con nosotros – preguntó Carlos desesperadamente
intentando buscar una respuesta que le hiciera al menos sentirse mejor.
·
En el cielo
cariño – respondió su madre cariñosamente -.
·
¿Los perros
también van al cielo? – preguntó de nuevo un tanto extrañado.
·
¡Claro hijo!
Igual que iba al parque y comía y dormía en tu cuarto; él está ahora allí
corriendo y saltando.
·
¡Eso espero! –
terminó diciendo el niño tristemente.
Carlos pasó el fin de semana pensando en su amigo, no tenía ganas de
jugar, ni de comer, aunque decidió que debía hacerlo para no ponerse enfermo, y
por supuesto no tuvo ninguna gana de ir a comprar la cometa con la que tan
ilusionado estaba.
Sus padres intentaban consolarle, pero no podían hacer nada, tan solo
esperar a que con el tiempo Trosky se convirtiera en un recuerdo, incluso pensaron
en comprar otro cachorro que hiciera al niño volver a sonreír al tener un nuevo
amigo, pero decidieron que ningún otro perrito sería capaz de remplazar a su
amigo.
El siguiente sábado por la mañana, Carlos seguía triste, aunque poco a
poco se iba acostumbrando a la ausencia de su perro, y salieron de comprar a un
gran almacén.
Casualmente pasaron por el departamento de cometas y su padre le animó a
que eligiera la que más le gustaba.
Carlos no tenía muchas ganas, pero al final accedió y eligió una de
color azul brillante que simulaba una mariposa de grandes alas con unos ojos
que parecían hablar.
Tras seguir las instrucciones de montaje con sumo cuidado, la cometa
estaba lista para echar a volar, y así lo hicieron, primero papá la probó y
después fue Carlos quien tomó el mando.
·
¡Vamos hijo! -
decía animosamente su papá - suéltala y déjala volar.
·
¡Mira como sube!
- decía Carlos sonriendo por fin.
Sus padres se miraron con satisfacción, tan solo era una cometa, pero al
menos veían sonreír a su hijo después de una semana.
La brisa llevaba la cometa de un lado para otro en lo alto del cielo
azul; hacía una tarde espléndida que invitaba a disfrutar de la naturaleza, y
así lo hicieron. Carlos se puso una gorra para protegerse del sol y sus padres
se sentaron debajo de un olmo a tomar un refresco.
Viendo como volaba la cometa, Carlos se sentó en la hierba a
contemplarla, miraba al cielo, del que le había hablado su madre el sábado
anterior y empezó a recordar a su viejo amigo; seguramente le estaría viendo
jugar desde lo más alto.
De repente, llevado por la cegadora luz del sol, creyó ver algo en el
cielo, un pájaro o un avión que volaba muy alto, Carlos se bajó un poco la
visera de la gorra para poder verlo mejor, y divisó algo que no le pareció ser
real, alguien le saludaba desde lo lejos y le llamaba por su nombre.
·
¡Hola Carlos! , ¿cómo estás?
·
¡Hola! - saludo
el niño tímidamente - ¿quién eres?
·
No te asustes,
soy un ángel.
·
¿Un ángel del
cielo..... un ángel de verdad?
·
Creí que solo se
podían ver cuando te mueres y vas al cielo.
·
Normalmente es
así - contestó el ángel - pero a veces, la fuerza del corazón nos hace llegar
hasta las personas que están pasando un mal rato.
·
¿Cómo sabes tú
que yo estoy triste?
·
Porque un amigo
tuyo me lo ha dicho
·
¿Un amigo mío? -
dijo Carlos muy asombrado.
·
Sí, tu perro
Trosky.
·
¿Está el aquí
contigo? ¿Estoy yo en el cielo?
·
Tú no estás en
el cielo pequeño, tan solo estás sentado en la hierba de un parque y sin darte
cuenta has dejado volar tu imaginación.
·
¡Pero si tú
vives en el cielo!
·
Los ángeles
podemos llegar hasta la imaginación de las personas bondadosas y tú eres una de
ellas; ahora deja de hacer preguntas y acompáñame.
·
¿Al cielo...?
·
No Carlos, no te
preocupes, dentro de un rato te irás a tu casa con tus padres y tan solo
recordarás que algo maravilloso ha pasado por tu cabeza. Ahora cierra fuerte
los ojos.
Carlos estaba tan sorprendido que no se atrevió a preguntar más e hizo
lo que el ángel le decía, cerró los ojos con fuerza y sintió que la brisa se
convertía en un viento débil que rozaba su cara y su cuerpo suavemente.
·
¡Ya puedes abrir
los ojos! - escuchó decir al ángel.


·
¡Esto es
maravilloso! - exclamó Carlos.
·
¡Hola ! - saludó
una voz a su espalda.
El niño se dio la vuelta y encontró a quien buscaba.
·
¡Trosky, Trosky!
- decía entre lágrimas - ¡te echaba mucho de menos!
·
Yo también a ti
Carlos, y le pedí a mi amigo Federico que me diera la oportunidad de despedirme
de ti.
·
Aquí las cosas
son muy diferentes, todo es alegría, bondad y no existen las penas, cuando
llegas estás un poco triste, recuerda que yo también me quedé solo, pero todos
estos amigos me han hecho que me sienta muy feliz.
· ¡Entonces no
puedes volver conmigo! - afirmó el niño intuyendo que tan solo estaba de visita.
· ¡No!, tan solo
quería verte para decirte que fui muy feliz a tu lado y que te doy las gracias
por cuidarme y quererme cada día, pero cada uno tiene su tiempo de nacer,
crecer, y después llegar hasta aquí.
·
¿Yo también
vendré aquí algún día?
·
Probablemente,
pero para eso falta mucho tiempo, algún día nos encontraremos y no volveremos a
separarnos jamás, pero ahora quiero que entiendas que tu sitio está en el mundo
real, con tus padres, tus amigos, tu familia y que tienes muchas cosas por
hacer y mucha gente a la que hacer feliz.
·
Ya lo sé Trosky,
pero me dio tanta pena que te marcharas que....
no debes estar
triste porque con ello solo consigues preocupar a los demás; piensa que yo aquí
soy muy feliz y que aunque te recordaré siempre, quiero que tú también seas
feliz. Guárdame con cariño en tu recuerdo y en tu corazón, con todo el cariño
que me diste cuando estábamos juntos, ese es el mejor regalo que me puedes dar, y prométeme
que serás capaz de ofrecer ese mismo cariño a quien te lo pida o lo pueda
necesitar.
·
Te lo prometo
Trosky - contestó el niño.
·
¡Ahora juguemos
con tu cometa! - insistió el perro.
Federico el ángel, Trosky y Carlos, corrieron por las praderas sujetando
fuerte el hilo y haciendo volar la cometa elegantemente, los tres reían y se
divertían.
Pasaron un rato jugando, hasta que al saltar un pequeño arroyo, a Carlos
se le soltó el hilo de la cometa y corrió solo a rescatarla.
·
¡Esperad ahí! -
ordenó el niño - ahora mismo la traigo de nuevo.
Pero cuando se volvió a sonreír a sus amigos, tan solo pudo ver a Trosky
que le decía adiós con una de sus patas, alejándose poco a poco, y
desapareciendo el maravilloso jardín que había acogido su encuentro.
Carlos comprendió entonces que el sueño, la imaginación o lo que hubiera
sido aquello, había terminado, no volvería a ver a su amigo, pero estaba
contento por todas las cosas que le había dicho.
Volvía a estar en el parque, sus padres continuaban debajo del árbol, se
le había caído la gorra y la cometa también se le había escapado, como cuando
estaba con sus amigos.
Corrió a rescatarla, tuvo que bajar una pequeña pendiente que iba a
parar a un arroyuelo muy pequeño detrás de unos setos, la cometa había
finalizado su caída allí; estaba mojada y sucia y Carlos se enfadó, el primer
día y ya parecía un jersey recién salido de la lavadora. ¡Menudo plan!, no le
había durado ni dos horas.
Bueno, ya le comprarían otra, ahora quería volver junto a sus padres y
decirles que ya no estaba tan triste y que le gustaría que para su cumpleaños
le regalaran otro perrito; pero cuando se iba a marchar escuchó un pequeño
ruidito tras el.
·
¿Hay alguien
ahí? - preguntó expectante, se había alejado mucho y sintió un poco de miedo.
·
Ummmmm! Ummmmm!
- se escuchó un leve gemido.
Carlos estaba dispuesto a echar a correr, pero antes de que se pusiera
en marcha, un pequeño cachorrito de color marrón y rabito enroscado, apareció
de detrás de un gran seto.

El perrito se acercó despacio, estaba algo sucio y parecía tener hambre
y frío, Carlos lo abrazó y le dio calor y besos por todas partes.
·
¿Te has
perdido?, ¿está tu dueño por aquí? - preguntaba el niño con lágrimas en los
ojos.
Al ver que Carlos no estaba volando su cometa, sus padres se acercaron a
buscarle y le encontraron abrazado al pequeño cachorrito.
También un guarda del parque se acercó al pensar que el niño se había
caído y estaba herido y necesitaba ayuda.
·
¿Cariño estás
bien? - preguntó su madre.
·
Sí mami -
contestó Carlos emocionado - y mira lo que me he encontrado.
·
¡Oh Dios mío!
pero si es un cachorrito - gritó emocionada su madre - ¿de quién es....? -
quiso saber.
No creo que sea de nadie,- interrumpió el guarda -, hace un par de días
que vaga por aquí, seguramente algún desaprensivo lo habrá abandonado, había
pensado llamar al ayuntamiento para que vinieran a recogerlo.
·
No hará falta -
dijo el padre de Carlos - ya tiene un lugar a donde ir, nos lo llevamos a casa
con nosotros.
·
¿De verdad
papá... de verdad mamá....? - lloraba, reía y saltaba Carlos al oírlo.
·
Claro que de
verdad hijo, tan solo tienes que pensar en un nombre para ponerle, porque
tendrás que enseñarle muchas cosas.
·
¡Trosky papá, se
llamará Trosky! - afirmó Carlos con pleno convencimiento.
·
Muy bien, dijo
su madre, y ahora vamos a casa, que a este pequeñajo le hace falta un buen
baño, una buena comida y mucho cariño.Gracias
papá, gracias mamá - decía Carlos que aún lloraba de emoción - ¡no os parece
como si esto fuera un regalo del cielo!
Gracias
papá, gracias mamá - decía Carlos que aún lloraba de emoción - ¡no os parece
como si esto fuera un regalo del cielo!
En
memoria de mi querido Trosky.
PD.
Tq, te recuerdo y te echo de menos… nos vemos!!!
Fin
©
Beatriz López Puertas (Los cuentos de Ponteté)
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